martes, mayo 02, 2006

Follie a Deux

La hoja del prospecto temblaba entre los dedos de Vargas. Las seis cápsulas elegidas le resbalaban por el esófago cuando el sonido de un auto al pasar lo distrajo. Asomo su cabeza desde la ventana de su cocina y vio una polvoreada pegajosa que invadía las calles diluyendo la estela de ruido que dejaba el automóvil. Arrimo la única silla de la cocina a la ventana y se sentó pesadamente a esperar. Recordó que unas horas antes había pensado en ir a una farmacia luminosa o bien pasearse por las góndolas de un hipermercado huyendo a la soledad histérica de las aglomeraciones. Después de todo no hubiera sido la primera vez que uno de esos santuarios comerciales le salvaban la vida. Él había descubierto su secreto hace unos meses cuando quebrado de toda esperanza por el despido repentino de su trabajo, después de quince años de servicio, sintió el impulso eléctrico de meterse en un supermercado. Entre los pasillos y la voz mecánica de los altoparlantes que ofrecía descuentos de hasta un tres por ciento en la compra de productos lácteos entendió para siempre que los grandes centros comerciales están diseñados para huir de la muerte. Ni los tumores, ni las camillas de los hospitales públicos, ni siquiera la idea de una bañera con agua tibia y la hojita de afeitar a un costado podían ingresar a ese mundo paralelo donde convivían los sobres de jugo con las refrigeradas carnes. Se lo había comentado a Martina una noche mientras cenaban en la casa de ella. “ A veces tenes unas ideas tan raras que si no fueras mi primo te tendría miedo”. Martina nunca lo entendía del todo y en mas de una ocasión se sentía incomoda con su presencia, sin embargo había aprendido a quererlo. Después de todo fue él quien le facilito el dinero para el aborto cuando Mauricio la había dejado. En cambio Vargas si la entendía por completo, admirando silenciosamente sus mediocridades, su trabajo en la farmacia de la calle Arrayanes, sus amigas burdas y gritonas que abrazaban como ella el sueño de triunfar en Buenos Aires. En algún punto el sabia que se parecían demasiado, que ella era un manojo de ilusiones espejadas como las que él tenia o había tenido. Le hubiera gustado salvarla, darle la posibilidad de cumplir sus sueños, tal vez ahora que él había tomado la decisión todo le seria más fácil. “Luego del entierro podrá poner la casa en venta, sacar el pasaje y alquilar algo en la Capital. Así va a poder vivir unos meses hasta que encuentre un trabajo que le deje tiempo para las audiciones de la tele”.
Encendió un cigarrillo, el primero después de cinco años de sana abstinencia, pero le encontró un sabor metálico, a monedas o llaves. Inmediatamente lo apago contra la mesa de madera mientras se preguntaba porque las pastillas no hacían efecto. Una vez mas tomo el prospecto leyó pausadamente y tomo el frasco tembloroso. Giro la tapa y trago seis pastillas más. Le gustaban los números pares, ya sumaban veinticuatro las pastillas en su cuerpo cuando empezó a temer que una vez más (lo que seria la quinta desde que lo había decidido) tendría que repetir el ritual de leer y tragar. Tragar, esperar, pensar, leer y volver a tragar.
El sonido violento del timbre fue lo que lo arranco de los vértices del sueño negro, se incorporo torpemente y se dirigió a la puerta. Abrió sin preguntar encontrándose con los ojos verdes de Martina que lo miraban alegremente. “Que cara que tenes. Te desperté, perdóname. Lo que pasa es que tengo una buena noticia que quiero compartir con vos”. Entro apresuradamente al comedor dejando la cartera sobre la mesa, miro su celular antes de guardarlo y se sentó holgadamente en uno de los dos sillones de mimbre. A Vargas le costaba discernir si se trataba de un sueño o si en verdad Martina esta allí sentada en su comedor hablándole. Se apresuro en ir a la cocina a esconder las pastillas y el cartón de vino casi vació. Ella podría ver los elementos cómplices, deducir que es lo que había estado pasando horas antes de que llegara, todavía estaba a tiempo de llamar una ambulancia, todavía existía una posibilidad, eso era algo que Vargas no podía permitir. No quería preocuparla, no era justo. Con la excusa de preparar café se refugio en la cocina que para ese entonces parecía mucho más chica y lenta que de costumbre, el plato en la pileta y las tazas comenzaban a desdibujarse en la mirada nublada. Haciendo un esfuerzo sobre humano abrió la heladera, saco el saché de leche y se lo llevo a la boca derramando todo el contenido en su boca. Escuchaba a Martina que le hablaba en la habitación contigua, al principio las palabras eran avispas que zumbaban sin eco, pero de a poco pudo centrar su atención, fue mas que nada la palabra Buenos Aires lo que ato su atención. La silueta de curvas apareció en el marco de la puerta de la cocina. Asombrada al ver la cara de su primo cubierta de leche Martina le pregunto si no era mejor que ella preparase el café, Vargas asintió y apoyándose contra las paredes se fue a sentar al comedor. Martina apareció con la bandeja de lata y las dos tazas humeantes, le acerco una y se sentó frente a el con mirada comprensiva. “Parece que tuviste una noche difícil. Sé que no vas a querer contarme, nunca lo haces, pero yo te traigo una buena noticia que seguro te va a alegrar. No te voy a robar mucho tiempo. Te estaba diciendo que me salió una oportunidad bárbara. A Maricel le surgió la posibilidad de irse a Buenos Aires, el tío de ella trabaja en un canal de cable y necesita dos chicas lindas que estén en un programa naturista, que hagan de modelos mientras les ponen crema o les hacen tratamientos de belleza al aire. Me ofreció irme con ella y le dije que le iba a contestar, pero ya decidí que si, que me voy. Renuncie en la farmacia y un cliente amigo me dijo que el hermano alquila un departamento en la capital, por congreso, en la calle Solís creo. Esta a muy buen precio y con el trabajo ese voy a poder pagarlo. Después de tanto tiempo de soñarlo ¡primo se me dio!”. La voz de Martina era de felicidad, de una felicidad extrema, demasiado extrema, incluso para Vargas que la escuchaba atentamente como si nunca hubiera tomado las pastillas, como si nunca hubiera abierto el cartón de vino. Se disculpo y le dijo que necesitaba ir al baño, pero que se alegraba por tal noticia que antes de irse pasara otra vez y que él le prestaría algo de dinero. Martina sonrió al escuchar a su primo, miro el reloj en su muñeca y se incorporo para despedirse de él cuando este volviera a la sala.
En el tercer cajón del ropero de la habitación de Vargas esta la caja de herramientas. Ese fue el cajón que abrió en busca de su caja. Por un momento la somnolencia lo invadió, y las piernas se le aflojaron pero se repuso súbitamente. Atravesó un pasillo fantasmal sin hacer ruido, al finalizar la vio con la cartera en el hombro de espaldas hacia él mirando una foto de ellos juntos, la única foto en la casa. Martina pudo sentir la presencia de él a sus espaldas, e incluso pudo escuchar el movimiento del aire cuando este se abre por que un objeto esta por ser impulsado, incluso pudo girar un poco su cara para mirar hacia atrás antes de que el martillo estallara en su pómulo izquierdo. El golpe fue tremendo, le deshizo parte de los huesos de la cara y los dientes. El cuerpo de Martina temblaba sobre el piso del comedor, gimiendo y con los ojos inyectados en terror. La ultima imagen que se llevo fue la de su primo asestándole cinco golpes mas en la cara con el martillo ensangrentado, a Vargas le gustaban los numero pares.

El Perseguidor

1 comentario:

Unknown dijo...

vi luz y entre. o casi.
me gusto tanto tu fotolog que merecia la pena intentar aca.
y me gusta, si, me gusta...

coincido con eso de escribir por necesidad. yo admito escribir bastente mal, pero lo necesito. es asi y punto.

que estes bien.