domingo, junio 10, 2007

Excusas varias



Hay noches heladas en las que me gustaría poder hacerle el amor a una chica con boina. Claro que si tuviera que pensarlo diría que no hay mejores amantes que las artistas plásticas. Debe ser por una cuestión de humanidad al servicio de la creación y sus formas. Porque el arte, como escribió sabiamente Thomas Mann, es vida potenciada. Consumir/se sobre las comisuras de una artista vale mas que una docena de coronas frías o el anonimato de las letras. Personalmente cambiaría todas esas sutiles victorias por el cuerpo redondo de una mujer creadora. Ser parte de ese ritual lascivo donde conjugamos placeres animales con las muestras de la ternura barroca, amarrarse con furia a las piernas, y derramarse sobre una boca húmeda supera con creces cualquier descripción de un poema del griego Kavafis.

Y sin embargo ya se ha escrito todo, todo nuestros verbos han sido pensados por alguien y pertenecerán al imaginario de poetas no nacidos, en la vaga existencia y su carencia de orginalidad yo presumo que esta noche en la cual no hay mujer con boina un puñado centenar de otros habrá andando sobre esta frustración desolada. Aprendimos a callar nuestras predilecciones por lo erótico, rara vez elegimos con la sonoridad digna de un amante enaltecido la compañera que en la que deseamos aventurarnos. Pareciera que no somos capaces de decir; “Si señores, me gustan las mujeres con boina” o “solo penetraré cuerpos que murmuren lazos violetas”, el conformismo se ha expandido llegando no solo a las marquesinas de nuestros balcones sino también a las decisiones mas intimas que se supone nos corresponden. Propongo una sublevación hacia los facilismos conjurados, volvamos a deshacer el tejido viciado que nos envuelve y hagamos ejercicio de nuestra extravagancia a la hora del placer.

Una noche cabaretera aprendí que si no hay un refugio al cual volver todo resulta en vano y lo que antes exaltaba los sentidos pronto cercará los caminos de la nausea. Así sin más revelaciones emprendí el retorno avenida abajo y los destellos de soledad nunca fueron tan apaciguadores.

Quiero volver sobre algunas calles y retornos, sobre las métricas bocas que solo duran lo que la impaciente conquista logra. Quiero llegar (llover) sobre esa mujer con boina que es más que refugio y menos que destino. Brindar con su humedad los látigos de felicidad y dormirme sin más, en la hermosa censura de arroparse con un cuerpo desnudo. Al menos ese es mi deseo, mi extravagancia, dos tercios de mi identidad.