lunes, agosto 11, 2008

Anochecer de un fin de semana agitado







Viernes
Luego de una charla gigante con mi padre en su casa, luego de pelearme reiteradas veces por cuestiones políticas (la rama paterna de mi familia es de raíz marxista) y que él me diga que cree como nadie en el potencial de mis ideas partí con destino de veneno hacía el lugar donde había acordado pasar mi noche. El nuevo alternativa es un lugar algo más chico que lo que habitualmente era. El público, su fauna en sí, no ha variado demasiado en los últimos años. Se podría decir que cuando uno vuelve sobre ciertos pasos lo que encuentra es que el tiempo solo pasa para uno, es decir que los demás y hasta las estructuras sociales se mantienen fieles y jóvenes. Una generosa propina al barman para que hiciera mi trago que no estaba en la carta y adentrarme en el mundillo que dejé de frecuentar hace años. La compañía era excelente, en particular por la presencia de V. Volvíamos al lugar donde todo comenzó solo que más grandes, más íntimamente cercanos y distantes, en contraposición constante. Jugando ese extraño juego de ceder y derrotar. Mi noche del viernes estuvo plagada de cercanías, palabras gritadas al oído y alcohol en desmedida. Y entre tantas palabras, roces y cercanías no pude sentirme más satisfecho. Porque sé con la certeza de una recta que si estoy con V el mundo es más amable, un poco más perfecto. Las columnas de hace años, cientos de noches atrás en otro lugar de la ciudad aún permanecían intactas en este otro lugar pero con sabores potenciados.En el amanecer del sábado y aún con V oscilando mis calles comprendí lo incomprensible; lo que alguna vez Cortázar menciona al hablar de Mozart, las copas de los árboles y la revolución.

Sábado
Es la una y media de la mañana y estoy parado en lo que fue la esquina de mi primaria de elite. El colegio Jean Piaget de la calle Roseti en Chacarita o Colegiales según quien opine. Espero por Lucía que me aseguro iba a llegar tarde con anterioridad de horas ya que según ella siempre llega tarde. Mientras espero pienso en los años en los cuales mañana a mañana iba a esa escuela y que curiosamente mi mejor amiga de esa época se llamaba también como La Maga.Lucía llega a paso apurado y con la elegancia de las chicas bien. Fuma compulsivamente y me cuenta de la sala de ensayos, que hay que apurarse para evitar el encuentro con un ex psicótico que la persigue más allá de las denuncias en la policía. En la casa reparo en que “Chloé” la muchacha de las noches en vela y las concesiones/confesiones es lo más parecido a Mia Wallace que vi en mi vida, el personaje de Uma Thurman en Pulp Fiction, su figura, su casa el tono de su voz y cada una de sus actitudes es cien por ciento Tarantinesca. Me ofrece y fumo con ella mirando los Simpsons y con su golden retriever llenandome de pelos.La noche es linda e invita a perderse un poco por ella, asi que salimos apenas terminamos de fumar y yo algo mareado sigo el taconeo de sus botas. En el primer bar cuelgo y pienso cosas que hoy no recuerdo, se que no hablamos casi nada. Como el servicio era desastroso y a mi compañera no le querían servir un Absolut puro pude ver la cara de odio que tenía. Yo, maricón en algunos aspectos, pido trago de niñas algo que tenia frutos rojos.
Lucía es silenciosa pero su presencia es muy fuerte, genera mucho magnetismo. Ya de vuelta en la calle atrae las miradas de todos los hombres que nos cruzan. Optamos por un umbral y hablamos de muchas cosas vagas, su humor es absolutamente retorcido y negro. Caigo en que su compañía es excelente y que la estoy pasando bien a pesar del sueño. Le ofrezco una pastilla de felicidad que toma con gusto y al rato se la lleva a la boca. La nueva parada es un bar bizarro donde la mina que atiende roza el puton de barrio con la marginalidad de la gente que vive en la calle. Tuvimos una charla muy amena, antes de despedirme paramos en su casa una vez más y esta vez en la intermitencia de la luz de las escaleras volvemos a fumar.
Volví a casa muy relajado, Lucía había prometido hacer su buena acción del trimestre y bancarme una noche. Lo hizo y le estoy eternamente agradecido. En algún momento de nuestro bizarro raid apoye mi cabeza en su hombro y me sentí muy bien. La joven beatnik (que se tomo mi pastilla con una muestra sublime de elegancia) contestando a mi afirmación de lo bizarro de esa noche antes de llevarse el decimo cigarrillo a la boca me sonrió y me dijo: ¿Acaso no todas lo son?